LA ALFARERÍA TRADICIONAL EN ASTUDILLO

La alfarería ha sido una de las actividades artesanales que siempre ha estado presente en Astudillo. Posiblemente desde la Edad Media, la localidad contaba con alfareros que abastecían de cacharros a la propia villa y pueblos de su entorno. Aún con ciertos altibajos, la alfarería popular astudillana ha logrado sobrevivir hasta nuestros días.
A mediados del siglo XIX, el Diccionario Geográfico de Madoz recoge la existencia de un único alfarero en el pueblo, aunque una de sus calles todavía era conocida con el significativo nombre de “Cantareros”. De esta época se exponen en el Museo Parroquial de Santa Eugenia de Astudillo dos elegantes cántaros con vidrio amarillo y decoraciones incisas. También en el Museo de Antropología de Madrid se conservan varias piezas de finales del XIX y primera mitad del XX (jarra de vino decorada con temas incisos).

En el siglo XX destacará el trabajo de Mariano Moreno Sáez, alfarero y ceramista cuyo amplio legado ofrece desde enseres de uso cotidiano hasta piezas de gran valor artístico, como son los cántaros de novia. También, durante buena parte de este mismo siglo, los hermanos Eulogio y Félix Moreno Castrillo se encargarán de mantengan vivo este viejo oficio. A las afueras del pueblo, no muy lejos del Convento de las Claras, aún se mantienen en pie las ruinas del antiguo alfar donde, hasta la década de los años ochenta, elaboraba sus cerámicas Félix Moreno Castrillo (última hornada en 1982).
El repertorio de los cacharros astudillanos siempre ha sido muy variado. Una de las piezas más representativas de este centro alfarero fueron los cántaros de grandes asas (cántaros de Astudillo). También eran muy apreciadas las cantarillas, los jarros de culo ancho, las jarras y jarrillas, las grandes orzas, los pucheros, las cazuelas, etc.

Pero sin duda, las piezas más singulares eran los botijos de Santos o de la Pasión, así denominados por presentar en sus paredes diversos motivos religiosos realizados con moldes de arcilla (ángeles, Virgen con el Niño, Sagrado Corazón, Crucifijos). Botijos que además podían presentar variadas formas: de rosca, babosillo, con una o cinco asas, etc.
En la alfarería astudillana la decoración siempre fue algo secundario. Salvo los botijos de la Pasión, el resto de los recipientes apenas se adornaban con pequeñas incisiones representando flores, espigas o pájaros.

Mención especial merecen los denominados cántaros de boda o de novia que se realizaban por encargo como regalo de bodas. Por su esmerada fabricación y peculiar decoración (motivos incisos y en relieve, incrustaciones de piedras), los cántaros de boda conservados son auténticas obras de arte y una de las piezas más destacadas de la alfarería tradicional española.

Otro rasgo característico de las cerámicas astudillanas es su típico vidriado de color marrón o amarillo. Éste se conseguía aplicando sobre los recipientes aún frescos un baño de “juaguete” (arcilla blanca diluida en agua) y “alcohol de hoja” (sulfuro de plomo). El vidriado no sólo se utilizaba con fines decorativos sino sobre todo para impermeabilizar ciertas piezas, especialmente los cacharros de cocina.

Desde 1987, gracias al trabajo del ceramista León Javier Sancho, los cántaros, los botijos y otros cacharros astudillanos siguen estando presentes en nuestras casas y bodegas, aunque buena parte de ellos han perdido ya su función utilitaria y hoy cumplen un papel meramente ornamental. En el moderno taller de León Javier Sancho conviven las formas tradicionales con las nuevas producciones de este creativo ceramista. Por ello no es raro encontrar en su alfar cerámicas con modernos diseños junto con los típicos botijos y cántaros.
 



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