Como en otras poblaciones de la Tierra de Campos, en Astudillo encontramos bodegas subterráneas excavadas en los afloramientos arcillosos cercanos a la población. Especialmente en los entornos de La Mota, donde configuran un auténtico barrio.
La excavación de estas bodegas se iniciaba por la entrada, que solía abrirse en las zonas más soleadas aprovechando un desnivel o un pequeño montículo del terreno. Por la boca y las zarceras se extraía la tierra y buena parte de ella era depositada sobre la propia bodega con el fin de protegerla de las filtraciones de agua. A mediada que se excavaba la galería de acceso, a sus lados se iban abriendo las diferentes dependencias, todas ellas con techos en forma de bóveda de medio punto.
Una de las salas más importantes era el lagar, donde se prensaba la uva y junto al que se disponían los pilones para el mosto y un pequeño almacén en el que se depositaban las uvas hasta su prensado. El resto de la bodega se dedicaba a la fermentación del mosto y a la conservación del vino y en sus galerías se ubicaban las grandes cubas y carrales.
Algunas de estas bodegas también se excavaron bajo las viviendas, presentando una distribución similar aunque a ellas se accedía desde la propia casa o a través de alguna de las construcciones auxiliares distribuidas alrededor de los corrales. Al carecer de zarceras, su ventilación se realizaba por pequeñas ventanas que daban a la calle.
Estas construcciones forman una compleja y laberíntica red de pasadizos que se extiende bajo el casco urbano de Astudillo, no sobrepasando el antiguo recinto amurallado de la villa. Se han inventariado noventa tramos con un recorrido total de casi dos kilómetros, siendo más numerosas y regulares en los barrios de San Vítores, Pozo de la Cruz, Santa María, y Cinco Calles, mientras que las documentadas en las inmediaciones del Castillo de La Mota suelen presentar un trazado más irregular.
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