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ASTUDILLO Y SUS HUELLAS MUDÉJARES

ASTUDILLO Y SUS HUELLAS MUDÉJARES
Pedro J. Lavado Paradinas
A una treintena de kilómetros al nordeste de la capital de Palencia y en el triángulo que marcan los ríos Carrión y Pisuerga con los cerros yesíferos y páramos del Cerrato, aparece Astudillo, con un montículo de nombre La Mota, que recuerda su pasado defensivo, hoy cubierto de bodegas, y una población característica de la Tierra de Campos con casas de adobe y tapia, porches y pórticos de madera que trae al presente su función mercantil y unos restos de muralla de mampostería de la que quedan una puerta de arco ojival y restos de muros en el entorno del convento de monjas clarisas. El pueblo, con calles sinuosas, se articula en torno a sus tres antiguas parroquias conservadas: Santa María, en lo alto con una torre fuerte, un coro de carpintería mudéjar de fines del XV que muestra los escudos de Castilla  y León, chellas excavadas y doradas, y un pórtico de dos siglos más tarde. San Pedro, en el centro de la población, también con un coro alto del siglo XVI, con decoración más sencilla en los casetones y saetinos pintados, y una puerta y  pórtico del mismo período. Por
último la cercana Santa Eugenia, hoy convertida en museo local con piezas arqueológicas del yacimiento romano del Oro, varias esculturas y retablos traídos de diversos lugares del entorno, y un excelente retablo propio, dedicado a la Santa, de inicios del XVI.
Se habla de la existencia de una morería y una judería que se identifica con la antigua calle de la Sinoga, si bien la toponimia me hace pensar que tal templo estuvo situado en la actual ermita de la Cruz, advocación común en tierras palentinas para la conversión de espacios judíos en templos cristianos. La ermita conservaba un púlpito de yeso, de inicios del siglo XVIII, ya que en 1710 se concedió este templo a la orden Tercera de San Francisco, como muestra uno de sus paneles, posiblemente realizado por el mismo artesano que decoró un frontal y un arco de yeso en la cercana ermita de Torremarte, y donde también el taller del maestro Alonso Martínez de Carrión, si no él mismo, realizó uno de los más curiosos púlpito de yesería mudéjar con la inscripción en letra gótica tardía: “esta obra se yzo año de XC e II que se ganó Granada”, lo que mostraría la fecha de 1492, fin de la reconquista cristiana y, posiblemente, una cierta añoranza del artista por sus orígenes. Una mano posterior, culta, puntualizó el texto con una nueva inscripción que imita la letra original dentro de una filacteria circular, sin llegar a tallarse completamente o rematarse: “ida del viejo mundo a Mexco”. Lo que justificaría una fecha no muy posterior al 1515 y quizás conocedora de la aventura de Cortés, aparte del viaje de Colón.
La presencia de estos yesos aquí, en el convento de Clarisas y en varios lugares del entorno, vinculados con mudéjares granadinos, justificaría la existencia de hornos y talleres de yesería que supieron aprovechar la abundante afloración de yesos cristalinos en punta de flecha, lo que se conoce en el Cerrato como guingle, en Astudillo como rillo, y en otros lugares como cristal de bruja.
El monasterio de Santa Clara en Astudillo se sitúa sobre un inacabado palacio mudéjar que Pedro I de Castilla comenzó a construir a mediados del siglo XIV, para él y María de Padilla a la que había conocido unos años antes en uno de los palacios de la calle de la Rúa en León, hoy convento de Concepcionistas. Por lo tanto nos encontramos con un “fósil histórico” que posteriormente dará orígenes al palacio y convento de Tordesillas, a la obra en el Alcázar de Sevilla y al palacio toledano de Don Pedro, del que solo quedan una fachada y algunos yesos. El palacio de Astudillo tiene forma de U, con muros de tapia en tongadas horizontales, que tuvieron un enlucido y pintura exterior, y que se reforzaban con esquinas de sillería y ladrillo atizonado en cadenas en los ángulos (solo tres se conservaban en 1973), y se decoraba con columnas y capiteles de pencas granadinos. Su acceso se encuentra en el brazo oriental, más cercano a la iglesia y siguiendo la tipología de los palacios granadinos y su modulación: cien pies de largo (muro norte), treinta de ancho (la mencionada fachada) y veinte pies de altura, una transposición del hecatonpedon clásico, habiendo estado el brazo occidental reservado a baños. Tiene una portada de caliza, adovelada en crochet, similar a la que luego se usará en Tordesillas, con tres pisos, el segundo con arco de descarga de ladrillo y que realza en alto una ventana doble geminada del mismo ladrillo, con arco lobulado y al que flanquean dos protomos o torsos de león que miran hacia el interior, tipo de fachada luego usual en el mudéjar toledano y gran parte de la península. En su estructura, ésta se corresponde con un zaguán el doble de alto que el piso superior, con alfarje de madera sobre gruesas jácenas y tablazón plana pintada con escudos reales de Castilla y León y un arrocabe inacabado con formas lobuladas y mocárabes que cobijan escudos, en parte sólo tallado y solo en algunos sitios concluído, lo que muestra la falta de interés del monarca por la obra tras la muerte de María de Padilla en 1361.
Allí debieron de vivir sus encuentros apasionados el rey cruel y la Padilla, con la que tuvo varias hijas que luego figurarán entre las abadesas de Tordesillas. La amenaza papal de excomunión hacia 1350 por la vida licenciosa que llevaba con María de Padilla -ya que estaba casado legalmente con otras mujeres y aún se casaría a posteriori, sin llegar siquiera a convivir con ellas-, les induce a solicitar permiso para hacer un convento de clarisas urbanistas, las más estrictas, para lo que el Papa concede una bula en 1354 y el palacio empezado se convierte en convento con iglesia, patios y otros espacios de la vida conventual. En toda esta edificación se ve la mano de obra de artistas granadinos, posiblemente de los enviados
por Muhammad V tras su ayuda en la guerra civil granadina. Tapiales, yeserías, carpintería y la misma cantería de la fachada y, posiblemente, del templo, se realizan entre 1356 y 1369 para un grupo de 40 monjas. La misma carpintería del templo y espacio del coro, así como de los sítiales originales, de los que solo quedan cinco en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, con las armas de María de Padilla, habla de ese complejo palaciego-monástico. La muerte de María en 1365 y de Pedro I en 1369, debió dejar la obra inconclusa.
La estructura de tierra y yeso, sufrió mucho con el tiempo y más en su conversión en casa del capellán de las monjas, quien trazó nueva escalera y entresuelo, y situó unas cocinas que ennegrecieron todas las techumbres. Nada queda de la sala central larga y menos en el piso superior, donde incluso faltaban tablas de la techumbre. En el año 1973 llevé a cabo el primer estudio del palacio y convento, que publicó la Institución Tello Téllez de Meneses en 1977. En 1979 y 1980 realicé excavaciones por encargo de la Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura y hallé las dos alcobas que delimitaban un aljibe en el patio, la estructura de los suelos de yeso -coloreado de almagre y con trazados lineales con gramiles que imitaban terrazos-, y los arranques de un baño y sus estructuras para conducir el calor, sobre la base de ollas sin vidriar y tubos cerámicos o canaletas de teja. Presenté estos estudios y una reconstrucción ideal del palacio en el Segundo Congreso de la Historia de Palencia, publicado posteriormente a 1990. Los materiales cerámicos hallados en la excavación por mi y los recogidos a fines de 1979 por Javier Cortes, a pesar de la falta de estratigrafías por lo revuelto del patio y el relleno del aljibe y parte del pozo que le suministraba, muestran algunas piezas del XIV, como un jarro en verde de cobre y vidriado de plomo y un plato o ataifor con piquera vidriado en verde limón, así como numerosos restos de objetos de vajilla, aseo, una cuchara de madera, clavos y metales de un brasero que datan de los siglos XV al XIX, y procedentes de Talavera o Manises. Todo ello se encuentra en el Museo de Palencia.
En el siglo XV, el edificio mudéjar tuvo varias obras en el claustro que rodea a la iglesia y en la sala capitular, posiblemente en el período de la abadesa Beatriz Enríquez o por patrocinio de la familia Tovar- Enríquez y Guevara, cuyos escudos aparecen en algunas tabicas de este patio. Trabaja entonces el yesero llamado Braymi que deja su
nombre y varios nichos en la sala capitular, un sol rayonado con las letras de JHS y  con la inscripción de “Soly Deo Honor et Gloria”, alusión a San Bernardino de Siena y posterior, por tanto, al 1432. El mismo yesero trabajará por esos años en el monasterio de Clarisas de Calabazanos, en el lucillo y sepulcro de las hijas de la fundadora, en la iglesia y posiblemente en otro del claustro. Quizás también sea suyo el viejo púlpito de yesería mudéjar del refectorio, hoy en el museo.
A fines de este siglo XV interviene otro yesero mudéjar, muy activo en toda la comarca. Se trata de Alonso Martínez de Carrión, que firma un púlpito en la iglesia de Santa María de Becerril de Campos y la tumba de los Sarmiento en la antesacristía de San Francisco de Palencia. Hará un singular coro de yeso con apóstoles en el coro de monjas clarisas de Palencia y en varios puntos del convento, como en la capilla del De profundis y junto al claustro. Estos mismos temas, apóstoles, claraboyas y arcos rebajados con pinjantes y caireles, se repiten en el llamado cenotafio de María de Padilla en el coro bajo de la iglesia del convento de Astudillo y en el púlpito de Santa María de Villálcazar de Sirga. Una excelente muestra de cómo Astudillo contó con varios artesanos y talleres de mudéjares granadinos entre 1350 y 1500.

Fotos de Javier Ayarza

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